En los últimos años, hemos sido testigos de un avance sin precedentes en el campo de la Inteligencia Artificial (IA). Desde asistentes virtuales que pueden entender y responder a nuestras preguntas, hasta sistemas complejos que analizan enormes volúmenes de datos en segundos, la IA está transformando diferentes aspectos de nuestras vidas.
Pero este es solo el comienzo. Las IA están destinadas a seguir evolucionando e integrándose en cada etapa de nuestras vidas. Hace algún tiempo me preguntaron si confiaría en una IA médica, en vez de un doctor humano. Tal vez hoy no, ya que les falta experiencias que asimilar, pero en algunos años, sin duda mi respuesta será un rotundo sí.
Porque mientras un médico pueda leer unos cientos de libros y otros tantos papers, con suerte será capaz de retener un porcentaje menor de esa información. Las IA pueden almacenar toda la información médica existente, correlacionar los datos y adaptarla a un paciente específico en segundos, además de compararlo con millones de casos similares para dar un diagnóstico más certero y completo.
Ahora, si llevamos este mismo análisis a las leyes, ingeniería, docencia o cualquier rama del conocimiento, el desempeño, sin lugar a dudas será mejor.
Lo anterior va a mejorar nuestras vidas, pero también nos plantea riesgos que debemos abordar.
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